Por suerte no es necesario esperar hasta el 18 para disfrutar de nuestro brebaje criollo. En uno de mis boliches predilectos, "La Tinaja" –en Santa Rosa a pocos pasos de la Alameda-, es posible solazarse con una caña de chicha dulce durante todo el año, servida siempre con rodajas de naranja que la hacen incomparablemente refrescante. El ambiente es grato y festivo y el servicio atento y desprejuiciado, cualquiera sea el día y la hora. Con las compañeras de la cofradía patrimonial hemos sabido servirnos la a veces muy necesaria cañita matutina, tipín 11 AM, sin que nadie nos frunza el ceño o nos repruebe con la mirada. Es que en "La Tinaja" no hay momento inoportuno para empinar el codo... a la hora que sea hay alguien que ya está como botón de oro qué rato. Lo bueno es que el borrachín aquí es sano, honrado y respetuoso con las damas. Si una termina hasta encariñándose con los parroquianos...

Aparte de la omnipresente jarra de chicha –de color y sabor perfectos-, las de borgoña están siempre en el mesón, al aguaite; igual que los perniles y los arrollados que se lucen en la vitrina, bien acicalados entre ramitas de apio y otras matas verdes. Sobre los manteles de hule desfilan las marraquetas con pebre, bien picante (como corresponde), además de cazuelas humeantes, granados, plateadas con puré y chilenas con haaaaaarta cebolla.

Pero la chicha... Eso es, a las finales, lo que nos atrae hacia "La Tinaja" cuales ratas tras el flautista de Hamelin. Y eso que nuestro trago nacional ha tenido que sortear múltiples obstáculos que los poderes fácticos han intentado oponer a lo largo de su historia. Por ejemplo, en las actas del Cabildo fechadas el 18 de abril de 1760, la fabricación y comercialización de chicha quedó prohibida, bajo el siguiente argumento:
"Se experimentan muchas muertes y desgracias con motivo de un licor a quien le dan el nombre de chichita, el cual causa en el que lo toma dos perniciosos efectos: el uno, que al que lo encuentra con alguna debilidad le quita la vida, fermentando en el estómago lo que no hizo en la vasija, por no darle lugar a esto el desaforado apetito de la gente plebe que es quien lo hizo y quien le ha dado el nombre de chichita; el segundo efecto es aquel que causa en los más robustos, que poniéndose cuasi ebrios o desatentados y calentones como ellos mismos dicen, arman mil pendencias y disgustos que resultan en muchos desacatos" (Eugenio Pereira Salas. Apuntes para la historia de la cocina chilena).

La pura y santa no más. Yo la guatita la tengo firme, es más bien la carne la que se me coloca débil...
Sea como se sea...
¡Viva la plebe!
¡Viva el desacato!
¡Viva el desacato!
Y que Yeicí bendiga a nuestro shrago patrimonial.



La cosa es que entre todas las delicias humeantes que allí se sirven hay una serie de refrigerios menores que vale la pena probar también. Aparte de sabrosísimos tentempiés como los chifles (plátanos fritos), la cancha, las habas fritas y unos porotos tostados llamados ñuña o algo así, que se comen como manicitos, hay un surtido de postres exquisitos. Están las típicas leches asadas, los bizcochos y los turrones de doña Pepa (esos amarillos con mostacillas de torta encima), pero mi favorito es, por lejos, el combinado: mitad arroz zambito, mitad mazamorra morada. 


