Valga la aclaración de que esta preparación no es una invención mía, ni modo. Se trata de un postre que degusté en Mistura 2011, puntualmente en el pabellón bautizado “La Dulzura del Perú”, espacio auspiciado e inspirado por la más conspicua marca de leche condensada del planeta Tierra, donde todos y cada uno de los bocadillos estaban elaborados a base del más espeso, festivo y culposo de los derivados lácteos.
La cosa es que yo vine a conocer la leche condensada ya pailona, en una época desvariante de esquemas penosos al ritmo de Roxette, extensas sesiones de espiritismo amateur y películas de terror que pillábamos de trasnoche en Metrópolis-Intercom. Bueno, una de esas noches fue particularmente memorable, por dos razones. Una, por la ocurrencia que tuvimos de chorrearnos ketchup por toda la cara y colgarnos de las repisas superiores del clóset para hacer creer a la nana que habíamos sido víctimas de un asesino en serie. Dos, porque para clausurar una noche tan brillantemente estrafalaria, a mi amiga y anfitriona se le ocurrió que nos zampáramos un pote de helado de manjar (yo solo conocía hasta entonces el de piña y la casatta trisabor), regado con un tarro entero de leche condensada. Cuento corto: al ratito me coloqué maliiiiita malita y gomité y tuve que llamar a mis papis para que me fueran a buscar.
Como decimos en el fútbol, fue debut y despedida para ambos productos en mi vida (el helado de manjar y la leche condensada). Tuvieron que pasar muchos años antes de que aceptara darles una nueva oportunidad y, ahora que lo pienso, es probable que ese episodio sea un antecedente relevante para explicar la baja tolerancia al dulce que me caracteriza.
Sin embargo, la presente es una de las excepciones que me lleva a flirtear peligrosamente con el azúcar, todo por culpa de esa alianza letal: azúcar + coco. OMG. Una adicción que ha llevado al borde del precipicio a más de una integrante de la comunidad. ¿Necesitan que les refresque la memoria acaso? ¿Cocadas del Da Dino, rings a bell...? ¡AJÁ!
Más allá de nuestras debilidades, cómo no rendirse ante el maravilloso relleno del Prestigio, el nunca bien ponderado Ricolate (“golosina con relleno sabor coco y cobertura sabor chocolate”), las cocadas del Montecarlo (Q.E.P.D.), las de las carretillas en Surquillo, los beijinhos en Río, los burfis de los restoranes indios... Los estudios indican que toda cultura que se precie de tal ha sabido descubrir la alquimia que se produce cuando el azúcar y el coco coinciden en el paladar. Recurriendo a un símil que hemos usado ya en otras ocasiones, podríamos decir que, si hubiera un Museo Universal de los Postres de Coco, este pudín vendría a ser como... la Mona Lisa.
En fin, lo que ahora yo deseo que ustedes sepan es que, de todos los postres, confites, dulces y pastelillos que degusté en Mistura, este, este mismísimo que ven acá, fue mi favorito:
Y siguiendo estas brevísimas instrucciones, a prueba de dummies, pueden tenerlo AHORA SHÁ en sus mesas. ¡Ya! Prendan el horno corriendo, colóquense el delantal, súbanle el volumen a la música del mal y póngansen manos a la obra.
Ingredientes:
azúcar para acaramelar el molde
1 tarro de leche condensada
2 medidas de leche normal (la medida es el mismo tarrito que vaciaron)
3 huevos
coco rallado (yo usé medio paquete de la Tostaduría Talca)
1/2 taza de harina con polvos cernida (si solo tienen sin, agregar 1 cdta. de polvos de hornear)
1 cda. esencia de vainilla y/o almendra y/o ralladura de naranja
Precalentar el horno a temperatura media-baja. Derramar algo así como ½ taza o más de azúcar en el fondo de una fuente pyrex. Introducir en el horno, bien abajo para que se haga rápido. Apenas se forme el caramelo, sacadla y dejadla enfriar. Reservar.
Mezclar los ingredientes del pudín en un bol grande, con batidor de mano o tenedor.
Verter en la fuente reservada y llevar al horno a baño maría, por unos 45 minutos o hasta que el pudín haya cuajado y la superficie empiece apeeeeeeenas a anunciar un matiz dorado. Retirar entonces del horno y dejar enfriar antes de servir.
Liz Teilor.
* A mí se me había ocurrido que, como contraste, podía venirle bien una salsa de maracuyá. La preparé y todo, pero donde perdimos el norte, se me olvidó echársela... Tendrán que averiguar solitas si le pega o no.