A diferencia de la danza de estrellas que incluyeron estos dos últimos eventos -con la participación de animadores de la talla del siempre chispeante y empático Felipe quién-hizo-el-casting Bianchi, Karen Dejo (“la Pampita peruana”, según me instruyó un querido amigo que tiene santos en la corte – la del Perú, I mean) y Miguelito (en representación del segmento little people, que poco a poco se está apoderando del mundo), además de los “chistosos” (sic) y números musicales que la rompen en el país del Rímac-, en el Parque Bustamante el show estuvo a cargo de una serie de cuerpos de baile juveniles que, haciendo sus primeras armas en el difícil camino de las artes escénicas, cumplieron con creces su misión de amenizar la ocasión. Los ritmos eran pegajosos (debo confesar que no pude evitar mover la patita) y el carisma que derrochaban algunos de los bailarines me arrancó más de un "¡VIVA!" durante la ovación final. Si a ello le añadimos la vistosa indumentaria (no sé por qué, pero no puedo parar de imaginarme a la Chiqui con esas polleritas andinas) y los guiños coreográficos a nuestro añorado Michael por parte de los miembros más edgy del grupo, no cabe duda de que los jóvenes aspirantes fueron todo un éxito.
Esto, intercalado con ingeniosos concursos que ideaba el animador para entregar los premios de los auspiciadores -pasajes (por tierra) para reencontrarse con la parentela, tarjetas telefónicas y becas de matrícula en la Universidad Alas Peruanas, entre otros estímulos (sí, como lo leyeron: Alas Peruanas)- mantuvo encendido durante toda la tarde el ambiente de afabilidad y jolgorio al que los hermanos peruanos son por naturaleza tan dados.
Pero ahora, a lo que vinimos. Pocas veces habíamos tenido ante nuestros ojos semejante despliegue de diversidad y opulencia culinaria. En medio del humo de las parrillas, recorrimos varias veces las decenas de puestos, sin dejar de asombrarnos ante las mezclas impensadas y suculentas, los olores y, sobre todo, los colores de los platos.
Servidos en bandejas de plumavit o de plástico, corrían a nuestro alrededor los secos, las polladas, los picarones, los ceviches, todo siempre acompañado por los aderezos adecuados y las guarniciones perfectas: choclo peruano con cebollita morada, habas en vaina, porotadas sustanciosas o papitas con salsa a la huancaína.
Para la sed, jarras de chicha morada, refrescante y aromática, a $200 pesos el vaso; Inka-colas de litro y medio y, por supuesto, Cusqueñas al por mayor, que nos hicieron invocar a la pequeña Wendy mientras escapábamos de los ÚNICOS DOS JUGOSOS DE TODO EL PARQUE que –OBVIO- se nos supieron instalar al lado.
En cuanto a los postres, además de la tradicional mazamorra morada, había toda una gama de quequitos y bizcochos, jaleas de colores, los populares turrones de Doña Pepa (esos bien amarillos con pelotitas de colores encima) y picarones servidos con miel. Nosotras nos inclinamos por el ya clásico combinado, al cual -recordarán- ya dedicamos anteriormente un encomio en este mismo espacio. Personalmente, me quedé con las ganas de probar uno que se llamaba juji de manzana, que era entre un pie y un queque con manzanas encima, muy húmedo y fresco, según pude advertir.
Me da una lata habérmelo perdido. Pero el otro año voy seguro.
ResponderEliminarGata, no puedo el testimonio gráfico.
Ahora si puedo verlo!
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