Son tantos los deleites gastronómicos que nos prodiga nuestro pueblo hermano del Perú, que ninguna alabanza es suficiente para celebrar su sabiduría culinaria. Habiendo tanto cebiche, ají de gallina y parihuela a los cuales dedicar congratulaciones, en esta ocasión más bien me voy a referir a uno que otro snack que se puede picotear al paso por nuestra pequeña Lima santiaguina, como no dudaría en denominarla algún periodista de poca monta. 
Pues bien, la controversia con el enemigo público de nuestra cofradía patrimonial (a quien singularizaremos, haciendo uso de un código secreto, solo como ZLKT) a causa de las cocinerías nocturnas que se instalaban en calle Catedral, hoy tiene a nuestros hermanos impedidos de ejercer este digno oficio en la vereda donde hasta hace poco lo hacían. Para mi alivio y el de los cientos de aficionados a la comida callejera que allí se apostaban, nuestros amigos supieron pasarse por el mismísimo ass las disposiciones del innombrable y hoy siguen vendiendo sus delicias como quien revende entradas afuera del estadio, voceando pa’ callao: “comida, comida, papa rellena, cebiche”. Entonces, hay que fondearse en un rincón de las galerías como si uno estuviera haciendo la MEDIA movida en Emilia Téllez para que una guatona saque, por fin, de un coche de guagua sin guagua la condenada papa rellena.
Por suerte, más dentrada la noche la cuestión se desbanda y empiezan a aparecer los carros de supermercado acondicionados como parrillas, con anticuchos, pollos asados, salchipapas y tamalitos. JA. A la vuelta de la esquina de donde se ponían antes. In your face, maldito ZLKT.

Pues bien, la controversia con el enemigo público de nuestra cofradía patrimonial (a quien singularizaremos, haciendo uso de un código secreto, solo como ZLKT) a causa de las cocinerías nocturnas que se instalaban en calle Catedral, hoy tiene a nuestros hermanos impedidos de ejercer este digno oficio en la vereda donde hasta hace poco lo hacían. Para mi alivio y el de los cientos de aficionados a la comida callejera que allí se apostaban, nuestros amigos supieron pasarse por el mismísimo ass las disposiciones del innombrable y hoy siguen vendiendo sus delicias como quien revende entradas afuera del estadio, voceando pa’ callao: “comida, comida, papa rellena, cebiche”. Entonces, hay que fondearse en un rincón de las galerías como si uno estuviera haciendo la MEDIA movida en Emilia Téllez para que una guatona saque, por fin, de un coche de guagua sin guagua la condenada papa rellena.
Por suerte, más dentrada la noche la cuestión se desbanda y empiezan a aparecer los carros de supermercado acondicionados como parrillas, con anticuchos, pollos asados, salchipapas y tamalitos. JA. A la vuelta de la esquina de donde se ponían antes. In your face, maldito ZLKT.
En todo caso, no todo es tan tránsfuga. El caracol Bandera Centro, en toda la esquina de Bandera y Catedral, es hoy territorio de inmigrantes y entre centros de llamados, disquerías de música evangélica y puntos de distribución de sustancias ilícitas, hay varios locales de comida peruana sumamente respetables, entre los cuales destacan las varias sucursales de “Chris-Ivan” y el excelente almacén de productos peruanos “Ámbar”, cuyo dueño –un auténtico activista de la inmigración peruana- es ya mi amigo personal y no titubea en agasajarme con un vasito de Inca-Kola cada vez que voy a visitarlo.


¿Nos quieres matar acaso? no paro de salivar. Alabados sean todos y cada uno de los hermanos del Perú. Y vuelvo a repetir ¡Biba la inmigración!
ResponderEliminar